Un atardecer, un hombre salió de la isla de Suriki, rumbo a Wat´ajata, para dormir en su hogar. Se quedó dormido en la balsa y en medio de la noche, vio que unas mujeres de polleras coloridas y unos hombres de poncho habían empezado a bailar junto a él, en su balsa. Ellos, tocando quena y bailando, llevaron la balsa a tierra y bajaron para armar su comparsa.
Uno de los bailarines se acercó al hombre, invitándolo a unirse al baile. El hombre perdió la razón y se puso a bailar, le dieron un pinquillo y un poncho, para que los acompañe en la danza durante toda la noche. El hombre quería retirarse, pero los demás no lo dejaban: esos bailarines eran sirenas, almas del lago Titicaca.
Al día siguiente, el hombre se despertó y vio que en lugar de un pinquillo estaba agarrando un palo de habas, y en lugar de un poncho, tenía algas alrededor del cuerpo. Estaba en su balsa, casi congelado con el frío. En Suriki dicen que si se aparece la sirena a un hombre, él puede quedar loco o enfermo, por eso no hay que pasar por el lago al atardecer.
Narrado por Valentín Cáceres Huanca en la Isla de Suriki (La Paz)